Buenas tardes,
cuando yo empecé en este centro sólo tenía 10 años. Sin embargo fue un cambio muy grande pasar del colegio al “insti”, que me hizo sentir muy mayor.
En aquella época teníamos clase todo el día. Siempre iba andando al instituto con mi amiga, y también vecina, Águeda. Entonces era lo normal, porque no había apenas coches y teníamos que atravesar zonas de huerta, ya que se encontraba a las afueras del pueblo.
Recuerdo que en los primeros años las chicas estábamos en el ala derecha, y los chicos en el ala izquierda. Nos mantenían separados tanto en clase como durante el recreo.
El plan de estudios también era diferente. Constaba del bachiller elemental que duraba 4 años, con el que se conseguía el graduado, y quienes querían seguir estudiando podían realizar el bachiller superior (5 y 6º), y para acceder a la universidad hacíamos COU.
Mis recuerdos de esos años de instituto son de los mejores. Allí hice amigos, muchos de los cuales aún conservo y nos reunimos de vez en cuando, y también conocí al que fue mi chico, y acabó siendo mi marido años después.
Las puertas siempre estaban abiertas, por lo que no necesitábamos permiso de nuestros padres para poder salir. Aunque en primavera aprovechábamos los recreos para llenarnos los bolsillos de albaricoques, habas y cerezas de las huertas de alrededor, y claro, los dueños de esos frutos fueron al centro a quejarse y nuestro primer director, Don Luciano, además de echarnos el puro correspondiente, tuvo que cerrar las puertas.
Don Luciano (puff, qué genio), se ponía al final de la escalera a la hora de salir, y nos hacía subir y volver a bajar hasta que lo hacíamos despacio y no como “caballos desbocados”.
Otra ocasión en la que se cerraban las puertas, era la época del Carnaval, pues en el Jardín del Convento se concentraban las máscaras desde bien temprano, y nosotros, si podíamos, nos escapábamos para disfrutar de la fiesta. Sin embargo, la fuga más masiva con diferencia, era el día 2 de mayo para ir a Caravaca. En esta fecha los profesores también se desplazaban al pueblo vecino para coger los nombres de los alumnos que veían y decírselo a nuestros padres (al menos eso nos decían).
Los domingos íbamos al instituto a jugar al Baloncesto (jugaban los chicos, nosotras animábamos), pero como para entrar teníamos que saltar la valla, más de un siete en los pantalones nos llevamos de regalo.
Sin embargo, no todo son recuerdos de “pillerías”, también recuerdo las enseñanzas de mis profesores, el amor por las matemáticas, el gusto por la naturaleza, el primer contacto con la filosofía (quién no se acuerda de D. Cristóbal Andreu), todas las canciones que aprendimos en francés con la señorita Merche, la competiciones deportivas (con Santos Guillamón y Merche Ródenas), y partidos entre profesores y alumnos por Santo Tomás de Aquino, que aprovechábamos para tomarnos la revancha por alguna mala nota.
Se convivía mucho con los profesores, teníamos una relación muy cercana, llegando con el tiempo a entablar lazos de amistad. Salíamos de excursión al monte a menudo, y en ocasiones nos impartían clases en el patio.
Vicente, profesor de matemáticas, y su amor por la pizarra; D Luciano y la Señorita Pili, D Críspulo, D Francisco Samper que nos daba latín y literatura, el cura Pepe, D Vicente Ventosa, D José Barquero, D Mariano el cura y D Enrique Carlos, profesor de plástica con que el que hicimos los mosaicos que hoy decoran el centro.
Cómo no recordar especialmente a los maestros Enrique y Xavier, con los que no sólo aprendimos matemáticas, física, química, biología… sino a vivir, a conocer y a entender el sentido de la amistad.
Había una asignatura llamada Formación del Espíritu Nacional que impartía Doña Isabelita. A las chicas nos daba religión Sor Milagros, una Hermana de la Caridad con bastante carácter, que cuando se enfadaba solía llamarnos “PAPANATAS HIJAS DE PUEBLO PEQUEÑO”. Las chicas también cursábamos una asignatura llamada Hogar, donde Paquita López Alarcón nos enseñaba a coser y a cocinar.
Recuerdo la cantina debajo de las escaleras, en la que María, mujer de Antonio el Conserje, nos preparaba los deliciosos bocadillos de atún, mahonesa y olivas. Aunque también nosotros llevábamos bocadillos preparados por nuestras madres: de mantequilla y salchichón, o de sobrasada, este último era el preferido del maestro Enrique, con quien siempre nos tocaba compartirlo.
En el salón de actos del que entonces disponía el centro, celebrábamos bailes para sacar dinero para el viaje de estudios, y en esas fiestas hacíamos cuerva y nos tomábamos algún cubata que otro.
Durante aquellos años de instituto vivimos una época previa al período de transición política que tuvo lugar en nuestro país, y que hoy forma parte del temario de los actuales alumnos. Lo vivimos con mucha intensidad, ya que era algo que estaba en nuestras casas, en la calle, pero sobre todo en las aulas, pues nuestros profesores nos informaban y nos explicaban lo que estaba pasando, creando discusiones e intensos debates.
Son muchos los recuerdos, pero los que predominan en mi mente son las cosas más cotidianas y cercanas.
Quiero destacar el trabajo que como docentes desempeñaron durante esos años, de forma intachable, nuestros profesores, desarrollando su profesión con responsabilidad y entrega y transmitiéndonos valores para que nos convirtiéramos en personas honestas, con capacidad de pensar y actuar de forma libre. Gracias a todos, por lo que nos transmitieron.
Gracias a mis amigos, por seguir siéndolo a pesar de los años.
Gracias por esos años que vivimos con ilusiones, con libertad y llenos de experiencias.
No sé si fueron mejores o no, pero lo que sí sé, es que fueron unos años donde aprendí, descubrí y conocí mi pueblo, a mis amigos y a mí misma.
Discurso de Mª del Carmen González Durán en el acto de presentación del 50 Aniversario del IES Vega del Argos
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